Cristina está empapada. Camina, mira a sus alrededores. Tiene una camisa prestada, el maquillaje corrido, el pelo algo revuelto. Es una obrera más de Tartagal.
Cristina mira con cara de "qué se le v' hacer" desde el helicoptero.
Cristina mira con cara de "qué se le v' hacer" desde el helicoptero.
Desde arriba, Tartagal es pura desolación.
Cuando la rodean los medios de prensa, Cristina dice, casi en un tono filosófico y de profunda reflexión: "aquí hay gente a la que no le ha quedado nada, y cuando digo nada, es nada".
La catástrofe de Tartagal desnudó un amplio abanico de pésimas (in)decisiones y adminitraciones políticas. Tanto Juan Carlos Romero como Juan Manuel Urtubey (ex y actual gobernadores de Salta) arremetieron contra el bosque nativo salteño para poder llevar adelante, a toda marcha, sus millonarios negocios empresarios y rifaron cientos de miles de hectarias entre apellidos tradicionales de la alta sociedad salteña, adictos al poder K y, particularmente, amigotes y familiares de Urtubey.
Cristina obrera, Cristina de todos. Habla ante los periodistas. "Aquí hay un problema de pobreza estructural", o "Esto nos dice que hay que acentuar la distribución del ingreso" y además "hay gente aca que vive en una tapera".
La Presidenta parece recién salida del cascarón. O todavía sigue caminando por las pomposas alfombras del Palacio de Oriente de Madrid, no quiero ser irrespetuoso.
Que la primera mandataria haya evitado culpar en todo momento a los desmontes como la causa principal de los aludes de barro en Tartagal, cuando las hectáreas son utilizadas, principalmente, para el cultivo de esa planta que ella llamó "el yuyito" (ese vegetal que casi se convirtió en mala palabra el año pasado cuando oficialismo y entidades agrarias confrontaron), habla del claro juego entre compañeros que se está dando frente a la vista de todos.
Por otro lado, los desmontes son realizados por aborígenes empobrecidos, quienes trabajan en las peores condiciones y que son parte del lumpenproletariado que Urtubey usó (como también el candidato Wayar) para coronarse rey de la provincia de Salta. Como así lo hizo el Frente Para la Victoria a lo largo y ancho del país.
Desde la otra punta, Romero no quizo dormir y se puso a la vanguardia buscando la reconstrucción de Tartagal. Justamente él, uno de los mayores culpables de la tragedia salteña, que no ahorró un metro cuadrado de bosque para llevar adelante sus planes de deforestación.
Cristina arreglada, Cristina espléndida y radiante. Desde Olivos, tarde pero seguro, la Presidenta anuncia que reglamenta la Ley 26.331 de Bosques Nativos, sancionada en el 2007.
Atrás, quedan los muertos, desaparecidos, las historias de familias perdidas, sin hogares, sin techo, con el barro que les desfiguró su identidad, bajo la desinteresada mirada de la corruptela que ya piensa donde hacer sus nuevos negocios a expensas de otros.
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